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Sobre Rodríguez...

"Este Simón Rodríguez es el prototipo de aquellos que por haber llegado muy cerca del genio sin alcanzarlo se quedan locos para tormento de sus allegados y alegría de cuantos los conocen de cerca o de lejos. Filósofos descabellados a lo Saint-Simón, generosos, paradójicos y originales, estos alocados son la sal de la vida. Ellos redimen a la humanidad de la avaricia, y del egoísmo que son los vicios de la cordura. Su inquietud sabe descubrir fases nuevas a las cosas más vulgares, y su presencia está siempre acompañada de sucesos cómicos e imprevistos.Era, pues, natural que Bolívar, tipo del genio equilibrado fraternizara tanto con su tocayo y profesor Rodríguez que fue como lo veremos ahora el alocado genial por excelencia.


Rodríguez nacido en Caracas en la segunda mitad del siglo XVIII quien en realidad no se llamaba Rodríguez, sino Carreño, de la misma familia Carreño de Teresa, la gran pianista y del autor de la Urbanidad, Rodríguez había decidido desde los catorce años dedicarse a filósofo. Huérfano de padre y madre comenzó por pelear a muerte con su hermano mayor y a fin de no tener nada de común con él cambió de apellido. Dejó de ser Simón Carreño para ser Simón Rodríguez; sentó plaza de grumete en un buque que salía para España, desembarcó en Cádiz y sin más recursos que su ansia de saber y sus dos pies, recorrió con ellos, en cinco años, casi toda Europa.

En víspera de la Revolución Francesa vivió en París, respiró su ambiente, descubrió a Rousseau y decidió desde entonces convertir a la humanidad entera predicando el amor a la naturaleza. Después de sus cinco años de peregrinación a pie por Europa regresó a Caracas, se casó, tuvo, en año y medio dos hijas a quienes puso resueltamente nombre de vegetales, las llamó Maíz y Tulipán a fin de adherirse al calendario de Fabre d'Eglantine. A poco declaró: "Yo no quiero parecerme a los árboles que echan raíces en un lugar, sino que quiero ser benéfico como el aire, el agua y el sol que corren sin cesar" y volvió a emprender sus caminatas abandonando por decirlo así a su mujer y a sus dos vegetales, quienes en adelante nunca contaron con él. Como fruto de sus últimas meditaciones publicó un folleto titulado: "Reflexiones sobre los métodos viciosos que rigen las escuelas actuales y medios de lograr sus reformas". Como el folleto se comentó y adquirió él así cierto renombre de pedagogo se dio a buscar un discípulo en quien poner en práctica las teorías expuestas por Rousseau en el Emilio. Debía encontrarlo pronto en el niño Simón Bolívar cuya educación le confiaron. Rodríguez se sintió feliz. El niño llenaba las condiciones indispensables que debía tener su Emilio: era rico, huérfano, noble y sano. El, Rodríguez, llenaba en su opinión las del maestro o sea: prudente, joven, alma sublime y estado independiente.

En esta última condición no incluía naturalmente a su mujer y a sus dos pobres vegetales. A fin de que su discípulo quedara "en estado natural" porque según decía "la razón del sabio suele asociarse al vigor del atleta" se retiró con él al campo, le enseñó ejercicios corporales y en lo demás se dedicó al difícil estudio de que no aprendiese nada. Gracias a estos métodos de Simón Rodríguez cuando Bolívar se embarcó para Europa a los dieciséis años de edad escribía de a bordo unas cartas ilegibles en un estilo deplorable, llenas de faltas de ortografía. Pero gracias también a Rodríguez era ya el andador, el jinete y el nadador incansable con quien más tarde no pudo competir ninguno de sus compañeros de armas. (...)"

Tomado de "Influencia de las mujeres en la formación del alma americana"

Teresa de la Parra. Conferencia dictada en Bogotá, Colombia, 1930

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