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YO NO CREO EN LOS ESPANTOS   DIGNO DE UNA PELÍCULA

 

YO NO CREO EN LOS ESPANTOS

             Era la noche de un sábado, muy parecida a otras tantas; Juan Pablo, que había trabajado todo el día, se dirigía hacia su casa agobiado, no solo por el cansancio sino también por las injusticias de la vida; se sentó sobre una piedra en el camino que conduce de Las Mesitas a el Potrero, en un sitio conocido como el filo, justamente en la entrada que lleva hasta el caserío de Escundún. Ya eran pasadas las nueve, la noche era muy fría y la neblina apenas permitía ver el camino. Juan Pablo metió la mano en un costal desteñido donde llevaba el sustento para su familia, sacó una botella, se la acerco a los labios con la intención de tomarse el último trago de aguardiente, que le quedaba, pero al levantar la cara divisó, entre la neblina, la figura de un hombre que se acercaba con paso lento y cansino. En seguida se puso alerta, a la defensiva y tomó la botella por el pico, dispuesto a usarla como arma si el extraño se acercaba mucho. El solitario caminante al divisarlo lo saludó:

--- ¡Salud! al amigo --- a lo que Juan Pablo contestó, como quien no quiere:

--- ¡Salud!.

            Tamaña sorpresa para Juan Pablo al darse cuenta que el solitario caminante era  Antonio, su hermano menor, y sintiéndose en confianza, comienzó un diálogo más cordial:

 -          ¡Carajo, pero si es Antonio! Tremendo susto que me echates

 -          ¡Juan Pablo!, ¿ qué hace vusté aquí tan tarde y tan solo?

 -          Pues aquí, chandome un palito, Antonio.

 -          ¿Pero es que vusté no va dejar la tomasón?

 -          Mire Antonio, lo que pasa es que uno se cansa de estar doblando el lomo con esa condenada escardilla y a veces provoca echá una canita al aire.

-          Pero Juan, vusté todos los días echa una canita al aire.

-          Déjese de estar siendo tan tonto, Antonio, y dígame,  ¿Qué hace vusté por estos caminos tan tarde?

-          Lo que pasa es que uno viene a buscarlo a vusté y nunca lo consigue; desde temprano estaba allá aplastao  y como no llegó, me devolví; porque vusté sabe que yo no puedo andar mucho por ahí.

-          ¡No sea pendejo! Mire Antonio, los hombres se mandan solos y vusté no tiene porque estále teniendo miedo a naiden.  Haga como yo, ahoritica en el pueblo estaban unos carajos buscando pleito  y yo les pasé por un lao y a mi no me dijieron nada; y eso que esos colombianos de allá de Colombia y que son muy guapos pá la pelea.

-          No hermanito, todavía quedan muchas gentes decentes, pá mi que el que estaba por pelia era vusté.

-          Eso si que no, siéntese ahí pá echale el cuento como es.

-          No, Juan, esto es muy tarde y la noche esta muy fría y sola.

-          Si tiene miedo yo lo acompaño, Antonio.

-          No, mejor váyase derechito pá su casa, mire que ya entró la cuaresma y uno no sabe lo que le pueda pasar por estos caminos.

-          ¿Pero hasta cuando va vusté a ser tonto, Antonio? ¿Cuántas veces le he dicho que los espantos no existen? Los muertos no salen, ¿Cómo van a salir con toa esa tierra que les echan encima.                                                                                                    

- Deje de ser tan pecador hermanito y no esté tentando a los difuntos y a las almas en pena.  Acuérdese de lo que le pasó al señor Ramón Atilio por no hacele caso a sus hijos. El,  igual que vusté, no hizo caso y se fue pá la fiesta de Luisa y cuando venía, abajo de donde Lorenzo, le chirrió en la pata de la oreja los dientes de una persona, como queriendo mordelo y cuando voltió vio una calabera envuelta en un trapo rojo que se le tiró encima a rajuñalo y a mordelo. Se salvó de milagrito, porque al escuchar los gritos, la gente  salió a socorrelo y lo encontraron tirao en plena sabana, teñío de sangre,  medio muerto. Cuando lo entraron A la casa, tuvieron que quemar palma bendita y rezá el  rosario, porque las paredes tronaban, rajuñaban puertas y ventanas y se escuchaba como si estrellaran huesos contra la casa.  eso pasó aquí arribita, en el llano de Dominga.

-  ¡ A carajo! Ese viejo sería que se rascó y se enredó en un alambre de púa y pá que no se burlaran de él, inventó todo ese cuento. A mi que no me venga con vainas que yo no creo en  espantos.

-          La verda es que vuste es más terco que una mula, acuérdese lo que le pasó al difunto José Maria,; lo que decía en su agonía, me va a decí que eso también es mentira; que él le inventó ese cuento al padrecito Guzmán. Cuentan los que presenciaron su muerte, que  daba  miedo. Dicen que el finao José iba de Piedras de sal para el pueblo, cuando terminó la paradura del niño  donde Damacio; era tarde y  estaba medio prendio, como no quiso quedarse lo acompañaron hasta la carretera nacional y lo encaminaron pá el pueblo; cuando iba llegando a la vega y que aguaitó a una mujer que iba apurada y como  era muy enamorao, apuró el paso pá ver si la podía alcanzar, pero nada. La mujer en un dos por tres cruzó las callesitas del pueblo, llegó a la plaza y agarró por donde Ramón Terán párriba; y como la cuesta es muy larga cuando él llegó al lindero que conduce al cementerio, la mujer iba pó el aire, medía más de tres metros de altura, sus ojos eran tizones y botaba candela pó la boca; solo un grito de terror fue lo que tuvo tiempo de soltar, grito que se escuchó en todo el pueblo, igualito al que soltó, cuando en su lecho de muerte, le pedía a sus hermanos que sacaran de la casa a la mujer del cementerio.

-          No mi hijito, pá mi que ese señor se puso loco de tanto trasnochase y la mujer que él veía no era otra que doña Cleofe, su mujer, que de bonita no tenía ni un pelo.

-          Hay que ver que vusté no tiene conciencia, váyase pá su casa y deje de estale buscando las cinco patas al gato.

-          Ganas de buscá otra botella es lo que yo tengo, pá ver quien vá a vení a asustame.

-          Váyase hermanito, hágame caso, mire que por estar de tomador, mi tío Juan de la Cruz por poco pierde la vida en el camino  de las Mesitas a Visún. El subía medio entonao y en el zanjón de Mupete se encontró con un hombre que estaba arrecostao a un aliso,  sentao las rodillas le pasaban por encima de la cabeza, porque tenia las canillas muy largas. Cuando este bicho  mostró la cara, mi tío cayó privao y así se estuvo tres días, nadie supo lo que le pasó hasta después de un mes, que  volvió a soltá una palabra. Me vá a decí vusté que eso también es mentira.

-          Pues yo no sé, de lo que si estoy seguro es de que nunca, ni una sola vez, se ha dicho que a alguno que anduviera bueno y sano, sin un palo en la cabeza lo hubieran espantao; esos son cuentos que inventa la gente pá que uno no ande  por ahí bebiendo de noche.

-          Bueno Juan Pablo, con vusté no se puede, si quiere no me haga caso, pero es mejor que se vaya . Adiós pues, hermanito.

            Antonio se dio la vuelta y ante los ojos incrédulos de su hermano se desmaterializó como la niebla cuando sopla un viento fuerte; Juan Pablo aún sin salir de su asombro, recuperó la razón y recordó  que precisamente aquella noche su hermano cumplía seis meses de muerto. Se levantó en el momento, se terció el costal por las costillas y emprendió, apresurado, el camino hacia su casa; y entre dientes, como tratando de darse valor, murmuraba:

 -          Mi hermanito aunque está muerto, a mi no me espantó.

             Encogiéndose de hombros y alargando más el paso, volvió a repetir, pero ya sin estar muy seguro:

    -          ¡Carajo! ¡Yo no creo en los espantos!

             Juan Pablo pudo ser cualquier persona, pude ser yo, puedes ser tu; él no cree en estas historias que se han perpetuado en la mente de las personas, pero que por no tener ninguna prueba que las respalde, no se cuentan como verídicas. Ellas representan un choque entre el testimonio del protagonista y las convicciones y creencias del que las escucha; sólo encuentran aceptación entre las personas que tienen las mismas raíces; con la particularidad de que cada quien, aún refiriéndose a la misma historia, puede contarla de una manera diferente. Es por esto que las tradiciones orales se han postergado en el tiempo, conservando la esencia, pero presentando muchas variantes, producto de la imaginación de  sus narradores.

                                                                     De “Las Mesitas entre Mitos y Leyendas” de William Durán

 

 DIGNO DE UNA PELÍCULA

             Para los incrédulos, gracias al libro de control de novedades del señor Cesáreo, pudimos constatar una historia impresionante que sucedió por allá  en el año 1974, exactamente el 05 de mayo:

             Un joven adolescente de 13 años de edad que se encontraba pescando con un grupo da amigos, al parecer, se separaron en el afán por atrapar las preciadas truchas. Cuando se reunieron de nuevo, se percataron de que Rosalino Balsa había desaparecido misteriosamente, justo en frente de sus ojos. Lo cierto es que una comisión policial y gente de pueblo pasaron todo el día y  la noche buscándolo por las márgenes de río Burate, rumbo al Guirigay. Lo encontraron casi a las cinco de la mañana siguiente.

             Atónitos escucharon la experiencia narrada por Rosalino, quien les contó que estuvo en un lugar muy acogedor, donde a pesar de no tener comida ni abrigo alguno, no padeció hambre ni frío; él aseguró haber sido raptado por un encanto y qué había encontrado el camino de regreso al rezarle a la Virgen del Carmen, pues cargaba con el un escapulario bendito. Historia que nadie se atrevió a refutar, pues más de uno ha muerto, doblegado por las inclemencias del páramo.

                                                                     De “Las Mesitas entre Mitos y Leyendas” de William Durán

 

*Las fotos son de contadores de cuentos de las Mesitas, entrevistados por William Durán

 

 

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