Universidad de Los Andes. Procesos Históricos. Revista de Historia y Ciencias Sociales. 2009. Nº 16. pags. 82-106. Lo que revelan los archivos desclasificados sobre la crisis de los misiles en Cuba y la definición de la Guerra Fría1 Por Aurilivi Linares Martínez2 Programa de Doctorado Universidad Complutense de Madrid. [aurilivilinares@yahoo.com] Resumen En este trabajo se analiza la Crisis de los Misiles en Cuba a la luz de los datos que, sobre los acontecimientos históricos ocurridos en octubre de 1962 en el contexto de la Guerra Fría, ofrecen los documentos secretos desclasificados por la Unión Soviética y Estados Unidos, con el propósito de determinar la naturaleza de este conflicto que ambas superpotencias y sus respectivos bloques protagonizaron. La noción de la Guerra Fría sufre un giro importante tras la Crisis de los Misiles en Cuba, pues se muestra cómo un enfrentamiento directo, no bélico, entre dos modos de ser en el mundo que determinó, en un clima de tensión permanente condicionado por el temor a la destrucción mutua y el uso de los respectivos arsenales atómicos, el choque de dos bloques bien cohesionados que desplegaron sendas estrategias: la guerra revolucionaria y la contención. Palabras clave: Guerra Fría. Crisis de los Misiles en Cuba. Archivos secretos. John F. Kennedy. Nikita Khrushchev. Fidel Castro. Abstract What reveal the declassified files on the Cuban missile crisis and the definition of Cold War This article analyzes the Cuban Missile Crisis making use of the data about the historical events which were taking place during October of 1962 within the context of the Cold War, provided by secret documents declassified by the Soviet Union and the United States, in the aim of defining the nature of this conflict dominated by the superpowers and their respective blocks. The concept of the “Cold War” suffered an important transformation because of the Cuban Missile Crisis. The incident visualized the direct conflict without warfare between two antagonistic ways of world understanding within a tense atmosphere made permanent because of the fear of mutual destruction by the use of atomic weapons and the evolution of two main strategies: revolutionary war and contention. Key words: Cold War. Cuban Missile Crisis. Secret files. John F. Kennedy. Nikita Khrushchev. Fidel Castro. 82 I. Introducción Algunos detalles ocultos acerca de la historia de la Guerra Fría lentamente salen a la luz, en virtud de la paulatina apertura de los archivos secretos norteamericanos y soviéticos. En efecto, los historiadores descubrieron nuevas fuentes de información cuando el gobierno de Estados Unidos desclasificó los últimos fragmentos de las cintas confidenciales que tienen grabadas todas las discusiones en las que participó el Presidente John F. Kennedy durante las casi dos semanas de la llamada crisis de los misiles en Cuba3. Pero casi simultáneamente se desclasificaron documentos que contienen datos aún más reveladores: las minutas de las reuniones y decisiones tomadas por el Buró Político de la Unión Soviética (el llamado “Presidium” del Comité Central del Partido Comunista Soviético) y los archivos secretos relacionados con Cuba, incluso anteriores a la crisis de los misiles, pertenecientes a los servicios de inteligencia soviéticos.4 A partir de las recientes fuentes de información que se podían consultar libremente, y sobre la base de una nueva metodología que permitiera interpretar en su totalidad el evento histórico, los historiadores han ido redefiniendo la Guerra Fría. Quizás sin proponérselo, han puesto en entredicho la mayoría de las obras que racionalizaron, desde diversos puntos de vista, los graves hechos acaecidos en octubre de 1962, en los que, esencialmente, estuvieron involucrados tres países: Estados Unidos, Cuba y la Unión Soviética. De este modo, se profundizó mucho más en el análisis de la Guerra Fría al comprobarse que ésta ya no constituía un conflicto coyuntural surgido después de la Segunda Guerra Mundial, ni que simplemente se debía al choque ideológico entre el comunismo y el capitalismo, sino “que se trataba de un conflicto general, permanente, que se manifiesta de muy diversas maneras y que se inscribía en un contexto más amplio que el puramente militar o ideológico”5. En consecuencia, se superaron gradualmente algunos de los planteamientos iniciales de la llamada tesis tradicional que sobre la Guerra Fría siguieron la mayoría de los autores, que comenzaron a estudiar con rigor el tema desde 1947.6 El reexamen de esta tesis, especialmente después que finalizara la crisis de los misiles en Cuba, llevó a muy diversas interpretaciones –cada vez más científicas, profundas y menos tendenciosas- de la Guerra Fría. Éstas se agruparon, básicamente, en función a tres corrientes de pensamiento: en primer lugar, los historiadores seguidores del realismo político, tales como M. D. Sheelman, H. J. Morgenthau, A. M. Schlesinger o L. J. Halle, analizaron el conflicto como el resultado de una lucha por el poder entre las dos grandes potencias, en beneficio de lo que cada una denominaba interés nacional, que se identifica con la propia seguridad del Estado; en segundo lugar, para los revisionistas como Fleming, G. Alperovitz, G. Kalko, W. Williams, L. Gadner, la responsabilidad principal en el desencadenamiento de la Guerra Fría recaía en los Estados Unidos, debido a la política más doctrinaria y agresiva que llevó a cabo el presidente Truman, producto de la aspiración capitalista de dominar el mundo; en tercer lugar, los autores post- revisionistas como J. L. Gaddis, G. Herring o G. Lundestad, ofrecen una visión más completa, rechazando el determinismo económico establecido por otras escuelas. Junto a tales escuelas, otros trabajos ofrecieron también aportaciones relevantes sobre la Guerra Fría. En este sentido, nos interesa destacar la contribución efectuada por el periodista francés A. Fontaine en su obra titulada Histoire de la “detente” 1962-1981, publicada en 1982, cuando afirmó que la Guerra Fría constituía un proceso cíclico: enfrentamiento, prueba de fuerza y 83 distensión. Según este autor, las dos superpotencias tenían la pretensión de perpetuarse por los medios de los que disponían, estaban condenadas a vivir juntas y, por ello, eran solidarias y rivales, pero habían tenido que actuar para resistir las corrientes centrífugas que las carcomían7. A partir de estas ideas, y con independencia del debate sobre los orígenes y finalización de la Guerra Fría, J. C. Pereira distingue varios ciclos o etapas a lo largo de las poco más de cuatro décadas de duración de dicho enfrentamiento -político, ideológico, económico, tecnológico y militar- que tuvo lugar durante el siglo XX entre los bloques occidental-capitalista, liderado por Estados Unidos, y oriental-comunista, liderado por la Unión Soviética. Cada ciclo se caracteriza, según este autor8, por las siguientes fases: un primer período de distensión, moderación en el enfrentamiento, disminución de los conflictos y lenguaje sereno y constructivo; un segundo momento en que aparecen alarmantes signos de tensión, un lenguaje más duro en los políticos y militares de los dos bloques, aumento de conflictos y de los presupuestos militares, rupturas de negociaciones y acuerdos; un tercer período se caracteriza por el estallido de un “conflicto tipo”, momento de máxima tensión en el que se está al borde del enfrentamiento bélico directo y la quiebra del sistema bipolar. Otras interpretaciones, incluso anteriores a la de A. Fontaine, descansan fundamentalmente en la importancia del factor psicológico basado en la teoría de la frustración, relegando otros factores. Al respecto, en el trabajo que K. D. Kerning, H. Lades y J. H. Pfister publican en Marxismo y Democracia. Enciclopedia de Conceptos Básicos, a mediados de los años sesenta, se expresa que la Guerra Fría designa una política de hostilidad que viene motivada por un mecanismo que denominan como de “agresión-frustración” y que determina el proceder de norteamericanos y soviéticos9. La frustración se produciría porque en ambas partes no se cumplieron una serie de esperanzas debido a las ideas y dogmas ideológicos ficticios que tenían del otro; ello provocaría un miedo porque el otro pudiera tener más poder e imponerse, que les obligará a adoptar una actitud agresiva, considerando al contrario como el enemigo al que hay que combatir y vencer. De este modo, las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética evolucionan en dos etapas: a) relaciones conflictivas, desarrolladas en plena Guerra Fría, caracterizadas porque las tensiones entre las ideologías se manifiestan más latentes y contrapuestas; b) coexistencia con la controversia, en la que los dos bloques tienen que aceptar la convivencia con el otro, en tanto en cuanto no variaran las condiciones que habían hecho posible dicha coexistencia. R. Mesa, en su intento de ordenar la comprensión de la Guerra Fría, establece algunos rasgos definitorios no sólo de su esencia, sino también de su comportamiento táctico10. En primer lugar, plantea que durante el conflicto existía una renuncia a la guerra generalizada que, por la utilización de las armas nucleares, equivaldría a la extinción de la existencia de parte considerable del género humano. Esta tensión generaba una política de “riesgos calculados” con la disuasión nuclear como eje básico, pues cualquier provocación estratégica de una de las superpotencias podía ser respondida por la otra con armas nucleares, iniciándose así un conflicto atómico que supondría el fin de la humanidad. La idea fundamental de las potencias era igualar al adversario en armamento nuclear o superarlo con un límite único: la imposibilidad de destrucción mutua. La sospecha de una ventaja del contrario generaba, por lo tanto, una carrera de armamentos por lograr de nuevo el “equilibrio del terror” como garante de la paz; de modo que, una nueva iniciativa o un nuevo armamento generaba en el contrario la necesidad de restablecer dicho equilibrio. 84 En segundo lugar, dicho autor aduce que la Guerra Fría necesitaba -para su persistencia- ser retroalimentada por tensiones continuas: un estado de alerta permanente, de desconfianza recíproca, donde desempeña un papel básico la llamada guerra de propaganda o ideológica. Así, se confirma, como materialización de la rivalidad, la hegemonía de cada superpotencia en el seno de sus respectivos bloques, puesto que uno de los frutos tácticos de la Guerra Fría es la bipolaridad y la instrumentalización de las alianzas. Y, en tercer lugar, se argumenta que las tensiones continuas se enlazan con la aparición, unas veces espontáneas y otras provocadas, de conflictos armados en la periferia del sistema, pues recuérdese que el período de la Guerra Fría coincide con el de la descolonización, donde surgen numerosas guerras de liberación nacional. Situaciones como la del Sudeste Asiático o el Cercano Oriente son ilustraciones de estos conflictos rigurosamente localizados, en los que también abundan conflictos armados imbuidos por las propuestas ideológicas enfrentadas en la Guerra Fría. Pero, la presencia de las superpotencias no es sólo ideológica, sino también económica y militar, lo que no era obstáculo para que, en situaciones límites, también estuviesen presentes con sus propias fuerzas armadas, cuidando siempre que nunca coincidiesen en un mismo conflicto armado los ejércitos de Estados Unidos y la Unión Soviética. Las anteriores aproximaciones a una caracterización de la Guerra Fría, nos colocan, sin embargo, ante un problema de contradicción respecto de las reglas de la lógica formal, así como la tradición intelectual que ha recorrido el pensamiento político, estratégico y militar frente al fenómeno “guerra”, cuyas definiciones incluyen el choque violento como componente interno insustituible. Por ello, a los fines de profundizar en la interpretación de la Guerra Fría, en este ensayo nos proponemos estudiar la crisis de los misiles en Cuba, dada su trascendencia en el desarrollo del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética en las casi tres décadas ulteriores a 1962, con el propósito de dar respuesta a la siguiente interrogante: ¿Qué nos dice la crisis de los misiles en Cuba acerca de la naturaleza de la Guerra Fría? De este modo, determinaremos qué carácter podría darse al estado de tensión permanente entre las dos superpotencias y los bloques liderados por ellas, a la luz del análisis que se ha hecho de los datos que ofrecen las nuevas fuentes primarias sobre los acontecimientos históricos ocurridos en Cuba en octubre de 1962. El reto es grande, pero la experiencia de proyectarnos a otra época, más de cuatro décadas atrás, y de relatar y analizar los eventos pasados resulta, con seguridad, muy enriquecedora. II. La crisis de los misiles en el contexto de la Guerra Fría La crisis de los misiles en Cuba, considerada por J. C. Pereira como un “conflicto tipo”11, se inscribe dentro de un agitado contexto internacional caracterizado por una verdadera disputa global, que históricamente se denominó Guerra Fría12. No solamente porque las contiendas por poderes que se libraron enfrentaron a combatientes de las regiones más dispares, sino también debido a que la dinámica bipolar de ideologías antagónicas -comunista y capitalista- indujo importantes transformaciones políticas, económicas y sociales, tendencias culturales y avances científicos a lo largo y ancho del planeta. Es en este significativo contexto general que la referida crisis de octubre de 1962, encuentra sus antecedentes históricos más inmediatos. 85 Ahora bien, el primer período de la postguerra mundial se había caracterizado, en opinión de J. A. Nathan y J. K. Oliver13, “por duras negociaciones y a veces amargos intercambios diplomáticos”. Luego, los sucesos estaban adquiriendo un giro más sombrío, puesto que las relaciones Este–Oeste “habían comenzado a asumir las proporciones de una lucha entre dos teologías competitivas”. Esto llevó, según apuntan estos autores, a que Estados Unidos y la Unión Soviética adoptaran “el más crudo y peligroso de los medios para comunicarse con el otro: la amenaza, la contraamenaza, la confrontación y la escalada de la confrontación”. Por otra parte, destaca R. Powaski que la nueva carrera de armamentos aumentó las tensiones internacionales entre las superpotencias y esto llegó a ser motivo de gran preocupación para sus dirigentes, al grado de interesarse en un acercamiento diplomático para establecer un acuerdo que pudiera asegurar la paz, sin sacrificar las zonas de influencia de cada bloque.14 La consolidación de Nikita Khrushchev15 favoreció ese acercamiento tras el proceso de “desestalinización”16, que tendió hacia una mayor apertura en las relaciones internacionales, aunque mantenía la lucha por la competencia hegemónica de los soviéticos con Occidente. Sin embargo, la búsqueda de un acercamiento entre las dos superpotencias en un ambiente de distensión enfrentó otras dificultades, principalmente debido a las desavenencias entre los dos bloques respecto de la particular situación de Berlín, donde el sector occidental mostraba un desarrollo económico que contrastaba con el sector oriental sometido a la política soviética. Berlín se había constituido en la única puerta abierta del “telón de acero” a través de la cual habían pasado de Oriente a Occidente, en un periodo de diez años, más de tres millones de personas. Se llegó incluso a plantear la posibilidad de reunificar las dos Alemania, posibilidad que fue rechazada categóricamente por ambas superpotencias. Se crea así una situación de conflicto que hizo temer un nuevo bloqueo de Berlín, en circunstancias más peligrosas que el anterior. El gobierno de Moscú amenazaba con firmar un tratado de paz con la República Democrática Alemana y traspasar, de esta forma, la soberanía de la ciudad a los alemanes; algo que, sin duda, incomodaba a los occidentales. Tras un proceso de “tira y afloja”, la tensión se redujo cuando la Unión Soviética retiró la amenaza. Berlín volvía a ser el barómetro que medía la tensión o el entendimiento entre las dos superpotencias. Con todo, el problema no se había arreglado, sólo se había pospuesto, pues, posteriormente, volvería a surgir con toda su crudeza en 1961 con la construcción del muro de Berlín. Ante esta nueva tensión en las relaciones Este-Oeste, la negociación diplomática se convertía en un asunto de suma urgencia, por lo que los gobiernos de Washington y Moscú acordaron celebrar una cumbre. En septiembre de 1959, Khrushchev visitaba Estados Unidos para entrevistarse con el Presidente Eisenhower en Camp David, Maryland. Los resultados de esa reunión fueron positivos para la paz y establecieron las bases de una mutua cooperación entre ambas potencias, dentro de lo que se llamó “Espíritu de Camp David”, aunque no se llegó a ningún acuerdo concreto. Con base en el “Espíritu de Camp David”, los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Soviética inauguraban un nuevo tipo de relaciones internacionales enmarcadas en un propósito de “coexistencia pacífica”, que significó una tendencia hacia un mejor entendimiento entre ambas partes. Se suponía que cada superpotencia trataría de mantener, e incluso fortalecer, su propio bloque en una especie de hegemonía compartida basada en el respeto mutuo. La coexistencia 86 pacífica se entendía también como el compromiso de evitar un conflicto mundial y consolidar una situación de equilibrio en las fuerzas armadas, tanto convencionales como atómicas. La intención expresada por las superpotencias a favor del desarme y la paz abrió grandes esperanzas en el mundo atemorizado por la amenaza de una guerra nuclear. Pero, una vez más, los avances tecnológicos se impusieron. En mayo de 1960, un avión espía norteamericano U-2 fue derribado cuando sobrevolaba el territorio de la Unión Soviética. Hasta entonces, las características de vuelo de estos aviones los habían hecho teóricamente invulnerables a cualquier ataque soviético, pues fabricados casi artesanalmente y con una enorme superficie alar, los U-2 eran capaces de volar a gran altura (su techo de servicio era de 25.900 m) durante horas y horas, fotografiando de una vez enormes extensiones de terreno (3.450 x 200 km) y captando las transmisiones terrestres. Los U-2 de la CIA despegaban de sus bases en Alemania y Turquía, y atravesaban el territorio de la Unión Soviética impunemente. Pero, en 1960, los soviéticos habían desarrollado los misiles tierra-aire SA-2 Guideline, siendo uno de estos cohetes antiaéreos el que derribó el avión espía; sin embargo, de acuerdo con otras versiones más recientes, el protagonista fue un avión de caza soviético que logró desestabilizar al aparato norteamericano con un golpe de suerte y audacia. En cualquier caso, Gary Powers, el piloto del U-2, sobrevivió y confesó su pertenencia a los servicios de inteligencia norteamericanos. El incidente se había producido en vísperas de la cumbre de París que debía reunir a los dirigentes soviéticos y norteamericanos. Eisenhower se negó a presentar excusas a Khrushchev, por lo que este último abandonó la capital francesa el 16 de mayo. Dicho suceso terminó de socavar la imagen del Presidente de Estados Unidos, para entonces un hombre de avanzada edad, en una época en la que los norteamericanos pedían ya sangre joven para la Casa Blanca. También era un momento especialmente malo para Khrushchev17. El incidente del U-2 derribado sobre la Unión Soviética no sólo arruinó la cumbre de París entre Khrushchev y Eisenhower, sino que también conllevó la decisión de los soviéticos a interesarse por la posibilidad de extender la revolución a tierras de América Latina. Khrushchev parecía estar realmente interesado en una política de afianzamiento de posiciones y una cierta distensión. Si bien Cuba no representaba, a primera vista, un escenario tan apetitoso como para poner la distensión en peligro, lo cierto es que Moscú tampoco podía quedarse de brazos cruzados frente a las insistentes peticiones de ayuda procedentes de La Habana. Al respecto, el libro One Hell of a Gamble. Khrushchev, Castro and Kennedy, 1958-1964, de A. Fursenko y T. Naftali, demuestra, a partir de documentos y entrevistas, el sistemático rol conspirativo de Fidel Castro, Raúl Castro y Che Guevara que, sin lugar a dudas, apuntaba a la toma del poder en Cuba y la imposición del comunismo desde arriba, descartando la hipótesis de que el proceso de radicalización cubano fue una consecuencia inevitable ante presiones o sanciones de Washington. En efecto, el análisis de las evidencias que dichos autores manejan, conduce a través de sinuosos senderos a una alianza de intereses que, luego de que Fidel Castro asumiera el poder en sustitución del dictador Fulgencio Batista, comenzó a gestarse en secreto desde abril de 1959, cuando una delegación del Partido Socialista Popular se reunió en Moscú con miembros del Secretariado del Partido Comunista Soviético y con el Mariscal Sokolovsky para solicitar el envío de armas y de personal militar a Cuba18. La Unión Soviética también 87 comenzó a otorgar dinero a Fidel Castro a partir de 1960, bajo el acápite de “personalidad progresista internacional”, como consecuencia no sólo de una valoración espontánea por parte del “Kremlin” de su nuevo aliado, sino también como una respuesta a los, al aparecer, cada vez más apremiantes pedidos de dinero por parte del máximo dirigente cubano. Esta relación se mantendría a diversos niveles durante los primeros 24 meses, incluso después de que tanto Fidel como Raúl Castro prescindieran del papel intermediario de los cuadros profesionales del Partido Socialista Popular. Los documentos de la KGB archivan mensajes que, desde Cuba y México, avisaban de las futuras intervenciones de propiedades norteamericanas o cubanas, textos de declaraciones de marcado tono antinorteamericano, supresión de los medios independientes de prensa, olas de arrestos a figuras relevantes de la insurrección pero obstaculizadoras de la instauración comunista, aniquilamiento del sindicalismo libre. La KGB también conoció, con varias semanas de antelación, el plan de establecer un sistema de vigilancia entre la población civil, lo que luego se presentó como una idea espontánea de Fidel Castro, el 28 de septiembre de 1960, cuando anunció la creación de los denominados “Comités de Defensa de la Revolución”, como consecuencia de una respuesta a varios artefactos dinamiteros que estallaron esa noche en La Habana mientras pronunciaba un discurso. De manera que, en agosto de 1960, la dirección política suprema de la Unión Soviética –y Khrushchev en particular- no necesitaba más pruebas de Fidel Castro. Ahora bien, la inminencia de las elecciones norteamericanas posiblemente obligó a Eisenhower a mostrarse duro y enmendar errores y debilidades. Así, en julio de 1960, el Presidente norteamericano resolvió eliminar drásticamente los cupos de azúcar que Estados Unidos compraba anualmente a Cuba con un precio subvencionado. Fue entonces cuando la situación dio un vuelco definitivo: la estructura económica cubana se basaba en el monocultivo del azúcar, y la medida norteamericana era un golpe decisivo que sólo se podía paliar a corto plazo contando con la Unión Soviética como nuevo cliente. Luego, Moscú firmó un convenio económico con La Habana por el que se comprometía a adquirir el 10% de la cosecha de azúcar y suministrar cantidades limitadas de petróleo19. A partir del verano, Cuba avanzó decididamente hacia la satelización respecto de la Unión Soviética, desde donde Khrushchev incluso se mostró dispuesto a defenderla militarmente. En Estados Unidos, los jóvenes candidatos a la presidencia comenzaron a incluir la cuestión cubana en sus discursos electorales: había que “hacer algo”. En realidad, ya desde marzo de 1960, el Presidente Eisenhower había autorizado el entrenamiento clandestino de exiliados cubanos anticastristas. Desde la Guerra de Corea, la CIA se había mostrado crecientemente agresiva en diversas operaciones en Irán, Tibet, Laos o Indonesia y había organizado, de forma impecable, la caída del Presidente Jacobo Arbenz en Guatemala. Cuando el candidato del Partido Demócrata, John F. Kennedy, era proclamado Presidente de Estados Unidos, el 1 de enero de 1961, ya estaba en marcha la operación para desembarcar fuerzas regulares, integradas por exiliados cubanos, en Bahía de Cochinos. En abril de 1961, utilizando las mismas técnicas y aviones traídos de las operaciones en Indonesia, la CIA organizó el desembarco de la anticastrista Brigada 2506 en Bahía de Cochinos. El hecho presentaba grandes similitudes con la operación en Guatemala siete años antes, incluso 88 en la utilización de Nicaragua como base. Pero el ataque terminó en un fracaso total. Políticamente, el ataque de Bahía de Cochinos resultó para Fidel Castro mucho más exitoso que su triunfo militar. El gobierno de Kennedy se encontró en una posición diplomáticamente muy difícil; y el propio Presidente norteamericano apareció como el responsable de la derrota, a causa de su negativa de prestar apoyo aéreo a los invasores. Fidel Castro, totalmente enardecido, explotó al máximo la situación resultante. Proclamó a Cuba república socialista y realizó un expreso reconocimiento de que era marxista-leninista y de que siempre lo había sido. C. Leante destaca que, como consecuencia del episodio de Bahía de Cochinos, no había, por el momento, alguna posibilidad de acción directa de Estados Unidos contra Cuba, excepto una operación encubierta de la CIA “que tenía muy poca o ninguna importancia”, que bajo el nombre de “Mangosta” aparece descrita en documentos recientemente desclasificados por esta agencia de inteligencia, “así como un plan (igualmente de la CIA, en absoluto del Gobierno norteamericano) de asesinato del líder cubano, que Castro conocía tal vez mejor que quienes lo fraguaban”20. Sin embargo, Castro no se confiaba y quería fortalecerse militarmente para, fundamentalmente, disuadir a Estados Unidos de una acción directa y constituir potencialmente una amenaza a la seguridad norteamericana; proseguir su política de exportación de la revolución al continente americano; y solidificar su régimen y mantener el control absoluto de la población cubana, mediante la adquisición de un armamento tan contundente que lo hiciera imbatible. Consiguientemente, inició un abierto acercamiento a la Unión Soviética en busca de apoyo militar, invocando la posibilidad de que finalmente los norteamericanos decidieran invadir Cuba para destituirlo y poner término a su régimen comunista. Este hecho provocó un gran nerviosismo en el gobierno norteamericano, pues con un satélite ubicado muy cerca de las costas norteamericanas, los soviéticos habían logrado saltarse el cinturón aislante de grandes pactos y alianzas políticas y militares, con los que el Secretario de Defensa de Eisenhower, Foster Dulles, pretendía rodear a la Unión Soviética. Evidentemente la sovietización de Cuba tuvo un enorme significado como episodio crítico de la Guerra Fría. La llegada de Kennedy a la Casa Blanca supuso un cambio importante en relación con la administración republicana de Eisenhower. Al emprender su presidencia, los soviéticos manifestaron su disposición de mejorar las relaciones con Estados Unidos. Khrushchev felicitó con efusión al nuevo Presidente norteamericano al tomar éste posesión del cargo, y puso en libertad a dos oficiales de las fuerzas aéreas norteamericanas cuyo avión de reconocimiento RB- 47 había sido derribado, cuando sobrevolaba territorio soviético en julio de 1960. Kennedy respondió a estos gestos levantando las restricciones a la importación de carne de cangrejo soviética y proponiendo un incremento mutuo del número de consulados y de intercambios científicos y culturales. Aunque la capacidad de Kennedy para tomar medidas que mejoraran las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética se vio restringida ante su decisión de aparecer duro respecto del comunismo. En efecto, durante la campaña para las elecciones presidenciales llegó a sostener, lo siguiente: “El enemigo es el sistema comunista en sí, implacable, insaciable, inquieto en su apetito de dominación mundial”. Quizá declaraciones de esta clase no fueron más que ejemplos de la retórica electoral de Kennedy, pero lo cierto es que impidieron cultivar el apoyo de los ciudadanos a un deshielo de la Guerra Fría en los comienzos de su presidencia. 89 También la retórica de Khrushchev hizo que la reconciliación fuese difícil, cuando no imposible, en los primeros tiempos de la presidencia de Kennedy. El 6 de enero de 1961 el dirigente soviético declaró que su país apoyaría las “guerras de liberación nacional” en el mundo subdesarrollado. Arthur Schlesinger, confidente de Kennedy e historiador, escribió que las palabras de Khrushchev “alarmaron al presidente más de lo que le aliviaron las señales amistosas de Moscú”. Aunque Kennedy estaba dispuesto a negociar para poner fin a la Guerra Fría, primero tendría que ocuparse del desafío sobre el Tercer Mundo que le lanzó Khrushchev. En opinión de otro historiador, Bruce Miroff, la reacción de Kennedy a las bravatas de Khrushchev reveló un agudo complejo de inferioridad que el Presidente norteamericano manifestó por medio de una malsana necesidad de demostrar sus capacidades como líder. Debido a ello, en vez de hacer caso omiso de las amenazas de Khrushchev o restarles importancia, como solía hacer Eisenhower, Kennedy se las tomó como algo personal y las convirtió en pruebas de voluntad que le empujaron a fabricar crisis innecesarias. Por las razones que fuesen, principalmente ideológicas, políticas o psicológicas –y todas fueron importantes-, al formular su respuesta inicial a la Unión Soviética, Kennedy optó por dar mayor importancia a los actos belicosos de Khrushchev que a sus gestos amistosos. Sólo después de que Kennedy demostrara al dirigente soviético que no era blando con el comunismo, avanzaría la diplomacia durante su presidencia. En la cumbre de Viena del 3 y 4 de junio de 1961, Khrushchev pidió el consentimiento de Kennedy a un tratado de paz con Alemania que, de forma definitiva y oficial, pusiera fin a la Segunda Guerra Mundial, para obtener así el reconocimiento occidental de las fronteras existentes en la Europa del Este. El tratado de paz que Khrushchev propuso en Viena era, en esencia, el mismo que Eisenhower había rechazado en 1958, principalmente porque ponía fin a la presencia militar occidental en Berlín y daba el control de las rutas de acceso a la ciudad al gobierno de la Alemania oriental. En Viena, Khrushchev amenazó de nuevo con firmar un tratado de paz por separado con la Alemania oriental, antes de finales de 1961, si las potencias occidentales se negaban a cooperar. Kennedy reaccionó advirtiendo a Khrushchev que si cumplía su amenaza, las relaciones entre la Unión Soviética y Estados Unidos experimentarían “un frío invierno”. Khrushchev respaldó con hechos su amenaza relativa a Berlín. El 8 de julio de 1961 suspendió la reducción de los efectivos del ejército soviético y ordenó un incremento de un tercio en los gastos militares. Para detener la fuga de alemanes orientales a Occidente (que en agosto se calculó en 1.000 personas diarias), Khrushchev permitió que el gobierno de la República Democrática Alemana empezara a construir el Muro de Berlín, el 13 de agosto de 1961. Kennedy consideró que las medidas que acababa de tomar Khrushchev no eran sólo una amenaza a la libertad de Berlín occidental, sino que también ponían a prueba el compromiso norteamericano con la defensa de todo el mundo libre. Sin embargo, a diferencia de Eisenhower, la primera respuesta de Kennedy fue de naturaleza militar en lugar de diplomática: 1.500 soldados norteamericanos en vehículos blindados bajaron por la autobahn hasta Berlín, a la vez que 150.000 reservistas del ejército eran llamados al servicio activo. Kennedy estaba dispuesto a ir más lejos si era necesario. Dijo a Schlesinger que creía “que había una probabilidad entre cinco de un choque nuclear”. 90 Por suerte, el enfrentamiento en Berlín se calmó después de que Kennedy se negara a derribar el muro, como algunos le aconsejaron que hiciera y, en su lugar, aceptara las propuestas de Khrushchev para encontrar una solución negociada de la crisis. Aunque las conversaciones sobre Berlín, que empezaron en septiembre, no fueron fructíferas, dieron a Khrushchev la posibilidad de retirar el plazo que había fijado para la firma de un tratado de paz con Alemania, lo que permitió que la crisis se extinguiera. Para cubrir su retirada en Berlín, así como para responder al incremento del arsenal nuclear norteamericano, el 30 de agosto de 1961 Khrushchev anunció que la Unión Soviética iba a reanudar las pruebas de armas nucleares, con lo que rompió la moratoria que habían declarado las superpotencias treinta y cuatro meses antes. Durante los siguientes sesenta días, los soviéticos llevaron a cabo más de cincuenta pruebas nucleares en la atmósfera, entre ellas una con una potencia de cincuenta y ocho megatones, el artefacto nuclear más potente que se había hecho estallar hasta entonces. El 5 de septiembre, Kennedy respondió a la acción de Khrushchev ordenando la reanudación de las pruebas nucleares norteamericanas. Mientras Kennedy cambiaba la postura norteamericana ante las pruebas de armas nucleares, sus consejeros preparaban una revisión importante de la doctrina estratégica de Estados Unidos. Kennedy pensaba igual que los que consideraban que la estrategia del gobierno de Eisenhower, que se basaba en las represalias masivas, era suicida. En vista de ello, insistió en que Estados Unidos debía poseer la capacidad de hacer frente a la agresión comunista en todos los niveles sin provocar automáticamente un holocausto nuclear. Creía que para esto sería necesario dar mayor importancia a la diplomacia, la acción encubierta, las operaciones contra las guerrillas, y las fuerzas convencionales. La estrategia de la “respuesta flexible” que adoptó el gobierno de Kennedy permitiría a Estados Unidos, como dijo el General Maxwell Taylor, Presidente de los Jefes del Estado Mayor Conjunto, responder “en cualquier parte, en cualquier momento, con armas y fuerzas apropiadas a la situación”. Con el fin de que Estados Unidos tuviera fuerzas convencionales suficientes para hacer frente a una agresión no nuclear, el gobierno de Kennedy dobló el número de barcos de la armada e incrementó los efectivos del ejército de once a dieciséis divisiones. Además, el número de escuadrillas aéreas se amplió de las dieciséis que existían en 1961 a veintitrés a mediados de los años sesenta, al tiempo que la capacidad de transporte aéreo se aumentaba en un 75 por 100. Para luchar contra las guerrillas comunistas, Kennedy aprobó la creación de una nueva fuerza antisubversiva cuyo nombre, los “boinas verdes”, escogió él personalmente. En enero de 1962, Kennedy también creó un grupo especial integrado por quince miembros y presidido por el general Taylor, cuya misión sería coordinar las actividades antisubversivas de Estados Unidos en todo el mundo, pero especialmente en América Latina y el sudeste de Asia. Sin embargo, pese a depender más de las fuerzas convencionales y antisubversivas el gobierno de Kennedy, como también lo haría después su sucesor Lyndon Johnson, aumentó mucho el arsenal nuclear norteamericano21. Robert S. McNamara, Ministro de Defensa del gobierno de Kennedy, arguyó que el incremento del arsenal nuclear fue necesario para dar a Estados Unidos mayor flexibilidad de ataque. McNamara esperaba que limitar los ataques de represalia a las instalaciones militares soviéticas, en vez de lanzarlos contra ciudades (estrategia de contrafuerza), permitiría a Estados 91 Unidos evitar la guerra nuclear total que la estrategia de represalia masiva hubiese hecho prácticamente inevitable; asimismo, creía que el aumento del número de armas nucleares garantizaría que Estados Unidos tendría suficientes cabezas nucleares para responder eficazmente a un primer ataque soviético. Este aumento del poderío militar estadounidense eliminó toda posibilidad de limitar la carrera de armamentos nucleares durante la presidencia de Kennedy. Asimismo, hizo que los militares soviéticos se dieran cuenta de que existía una disparidad en el número de misiles que era decididamente favorable a Estados Unidos y, por tanto, contribuyó a que presionaran a Khrushchev con el objeto de que incrementar el arsenal nuclear soviético o, al menos, ofrecer la apariencia de paridad con los norteamericanos como un “arreglo rápido” del problema soviético de la inferioridad estratégica. En el contexto de la Guerra Fría se inscribe, a nuestro entender, la crisis de los misiles en Cuba y ello nos ayudará a comprender muchos de sus rasgos, así como gran parte de los acontecimientos que se desarrollaron a lo largo de este conflicto tipo. III. La presencia militar soviética en Cuba Bajo la política de Nikita Khrushchev de enfrentar fuertemente a Estados Unidos y propiciar la expansión mundial del comunismo, los soviéticos intensificaron enormemente su apoyo político, militar y económico a Fidel Castro. La existencia de un régimen declaradamente comunista y pro-soviético en Cuba, representaba el punto más avanzado de penetración en la zona de influencia norteamericana y una importante base para expandir el comunismo hacia el resto de América Latina. En este sentido, R. Dallek, en su artículo biográfico sobre John F. Kennedy, expresa que Khrushchev tenía la sensación de que el apoyo de Castro a la subversión finalmente convencería a Kennedy de actuar contra él, a través de una nueva invasión norteamericana a Cuba22. Así, envueltas en el misterio más completo, empiezan las negociaciones entre Cuba y la Unión Soviética. Según apunta C. Leante, luego de un encuentro clandestino entre Castro y Khrushchev en el Kremlin23, empezaron las idas y venidas de personajes diplomáticos -como el embajador de Cuba en la Unión Soviética, Carlos Olivares, o el de la Unión Soviética en Cuba, Dmitri Alexeiev-, y de delegaciones militares cubanas a la Unión Soviética -dirigidas éstas por Raúl Castro y el Che Guevara- y viceversa. Fortalecidas las relaciones soviético-cubanas, se acuerda convertir a Cuba en una base de misiles desde la cual poder amenazar, de modo directo, a Estados Unidos, pues “¡con qué facilidad un misil disparado desde Cuba podía alcanzar los centros vitales de Norteamérica!”24. A tal efecto, Khrushchev accedió, junto con los jefes militares y políticos soviéticos, a desplazar en la isla caribeña veinticuatro misiles R-12 de alcance medio, que podían llegar hasta 1.690 kilómetros, y dieciséis misiles intermedios R-14, con un alcance 3.380 kilómetros. El plan también requería aproximadamente cuarenta y cuatro mil efectivos de apoyo y trece mil trabajadores civiles en construcción, así como una base naval soviética que albergase buques de superficie y submarinos equipados con misiles nucleares. De esta forma, Khrushchev aspiraba lograr de un golpe que la Unión Soviética duplicara su capacidad de bombardear nuclearmente el territorio norteamericano. Esta pretensión se evidencia claramente de las citas que realizan A. Fursenko y T. Naftali, de las transcripciones de la intervención del entonces primer ministro soviético cuando explicaba, ante 92 los miembros del Buró Político, la racionalidad del plan de situar en el traspatio de Estados Unidos esas armas estratégicas.25 A través de este plan, Khrushchev tenía la esperanza de recuperar la influencia política perdida a causa de ciertos contratiempos, tanto internos como externos26; pero principalmente consideraba que el despliegue de misiles soviéticos en Cuba, impediría un ataque directo contra ésta de Estado Unidos, mantendría la isla caribeña en la órbita de Moscú y le permitiría negociar con Washington sobre el tema de Berlín desde una posición con fuerza. Al respecto, Gaddis parece demostrar de forma fehaciente que Krushchev realmente colocó los misiles en Cuba para proteger a Castro y a la revolución cubana contra las amenazas de invasión de Estados Unidos, dada su debilidad emocional por la isla y sus firmes convicciones políticas e ideológicas27. En otras palabras, Cuba estaba amenazada y tenía derecho a solicitar ayuda, y a su vez la Unión Soviética tenía derecho a proporcionársela. De manera que, si bien Khrushchev sabía que, estratégicamente, la Unión Soviética estaba en condiciones inferiores a Estados Unidos, la pretensión de alcanzar un equilibro de poder era importante, pero secundaria respecto de la necesidad de frenar cualquier acción militar norteamericana contra el gobierno de Castro y conservar, en consecuencia, el único enclave marxista-leninista en América Latina.28 Khrushchev se convenció de que Kennedy no provocaría el estallido de una guerra nuclear si las cabezas nucleares soviéticas eran ubicadas en Cuba, al igual que los norteamericanos habían puesto las suyas en los misiles situados en Turquía. Los quince mil misiles Júpiter de alcance intermedio bajo control de Estados Unidos, que pasaron a ser operativos en 1962, habían asustado mucho a Moscú, pero Khrushchev no preveía su uso. El líder del Kremlin, según destaca Gaddis, procedió a examinar el panorama y tomar una postura: “Los norteamericanos han rodeado nuestro país con bases militares y nos han amenazado con armas nucleares, y ahora aprenderán qué se siente teniendo misiles enemigos apuntando hacia ti; no podíamos hacer nada menos que darles algo de su propia medicina”29. En este sentido, cabe preguntarse si Khrushchev podía creer en serio que Estados Unidos, ante la posible pulverización de sus tropas de desembarco mediante armas nucleares tácticas, no iba a responder con una réplica devastadora contra Cuba o la Unión Soviética. El objeto de Khrushchev era ocultar el despliegue de misiles en Cuba hasta después de las elecciones al Congreso norteamericano, a pesar de haber considerado utilizar como una justificación pública el precedente creado por Estados Unidos de fijar sus misiles en algunos países alrededor de la Unión Soviética, una vez que se anunciara la presencia de los misiles soviéticos en la isla caribeña. De esta manera, planeaba asistir a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), reunirse con Kennedy y revelarle la existencia de una base de misiles a pocos kilómetros del territorio de Estados Unidos, consiguiendo así del presidente norteamericano concesiones sobre Berlín y Cuba. Aunque el transporte de misiles desde la Unión Soviética hasta Cuba era difícil de ocultar, Khrushchev creía lógicamente que si los norteamericanos notaban el aumento de envío de hombres y armas a Cuba, lo verían simplemente como un fortalecimiento de las defensas cubanas con vistas a otra invasión. Ya desde mediados de 1962, el servicio de inteligencia norteamericana había detectado la presencia militar soviética en Cuba y se sospechaba que también el ejército 93 cubano estaba siendo abundantemente aprovisionado con el más moderno armamento soviético e instruido respecto de su uso. Con todo, las declaraciones soviéticas, tanto públicas como privadas, le dieron a los norteamericanos la seguridad de que los preparativos militares presentaban un cambio de grado, pero no de tipo. En efecto, después de la invasión de Bahía de Cochinos, Khrushchev le había dicho a Kennedy: “No tenemos bases en Cuba, y no nos proponemos establecer ninguna”; y a principios de septiembre de 1962, envió un mensaje a Kennedy a través del embajador Anatoli Dobrynin, en el que prometía “que nada se hará antes de las elecciones al Congreso de Estados Unidos que pudiera complicar la situación internacional o agravar la tensión en las relaciones entre nuestros dos países”. Sin embargo, por mucho que Kennedy deseara creer en las promesas de moderación de los soviéticos, no podía evitar sospechar de todas sus aseveraciones. La amenaza que la movilización de equipamiento militar significaba para la seguridad militar de Estados Unidos, detectada por la inteligencia norteamericana, había determinado que se estableciera un sistema muy intenso de vigilancia de todos los movimientos militares en Cuba; y especialmente del tráfico naval soviético militar y mercante hacia la isla y en la zona del Caribe. Los medios de que disponía la inteligencia militar norteamericana para vigilar las actividades soviéticas en Cuba, estaban constituidos fundamentalmente por la captación del tráfico de radio de las unidades navales soviéticas en las aguas del Atlántico norte y el Mar Caribe; y por los vuelos de los aviones U-2, capaces de alcanzar alturas casi estratosféricas y fotografiar el territorio cubano con enorme precisión. Asimismo, como parte de las medidas de respuesta ante la intensificación de la presencia militar soviética en Cuba, en septiembre de 1962, el gobierno norteamericano había reforzado de manera importante sus guarniciones militares, aéreas y navales en la península de Florida. El 5 de setiembre de 1962, en uno de sus frecuentes discursos, el Presidente Kennedy manifiesta que Estados Unidos no toleraría una presencia militar soviética en Cuba, y que para evitarlo podría considerar el empleo de todo tipo de armas, lo cual era una clara referencia al armamento nuclear. Por su parte, Khrushchev y sus generales no dudaban de que se llegara al punto en que la operación sería descubierta por los norteamericanos, por lo que, como medida de respaldo a esa operación, se dispuso enviar submarinos equipados con torpedos nucleares, y desplegarlos en torno a la eventual zona de operaciones navales contra Cuba. IV. Desarrollo y solución del conflicto El despliegue militar soviético hacia Cuba constituyó, sin lugar a dudas, una hazaña de logística notable que los norteamericanos parecieron apenas notarlo30. Pero la operación secreta fue descubierta antes de tiempo. El 14 de octubre de 1962 uno de los aviones espías norteamericanos U-2 tomó fotografías cuando hacía vuelos rutinarios de inspección del territorio cubano, para verificar la actividad militar soviética en la isla; estas fotografías mostraron, según los analistas de la CIA, la presencia de armas ofensivas y plataformas de lanzamiento que estaban siendo construidas en San Cristóbal, al oeste de La Habana. A partir de ese momento, el mundo asistió a su crisis más aguda al borde del holocausto nuclear. Las dos superpotencias estaban frente a frente. 94 La gravedad de la situación suscitó en Washington enorme estupor y profunda alarma, especialmente debido a que, como explica Gaddis, Khrushchev había prometido –repetidamente- no enviar armas ofensivas a Cuba a través de los canales oficiales y del agente secreto de la KGB, Georgi Bolchakov31; sin embargo, las fotografías del U-2 dejaron ver que el Primer Ministro soviético había estado mintiendo. El 17 de octubre, otro vuelo similar dio como resultado un nuevo descubrimiento de plataformas de lanzamiento para misiles de alcance intermedio en Guanajuay, al este de San Cristóbal, lo que aumentó el arco de la amenaza a 1.850 kilómetros más sobre el territorio continental estadounidense. El estudio fotográfico reveló la existencia de 16 a 32 instalaciones en condiciones de entrar en acción en un plazo de tiempo no superior a una semana. Así, una vez establecido en forma definitiva que los soviéticos estaban instalando proyectiles nucleares en Cuba capaces de bombardear todo Estados Unidos, Kennedy actuó con rapidez y congregó a un grupo de consultores jerarquizados que llegó a ser llamado Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional (ExComm)32, para debatir, acelerada e intensamente, cuál habría de ser su respuesta ante ello. Indudablemente, Kennedy estuvo sometido esos días a tensiones que difícilmente experimentaron otros gobernantes antes que él para que cambiara sus puntos de vista33. En efecto, en la edición hecha por E. May y P. Zelikow de las cintas que tienen grabadas todas las discusiones en las que participó Kennedy durante los trece días de la crisis de los misiles en Cuba34, se puede apreciar mejor cómo el Presidente norteamericano fue presionado por los más connotados pacifistas –tales como el senador William Fullbringht-, “palomas” por excelencia según la conocida división conceptual, que abogaron, junto con una inmensa mayoría de su estirpe, por una rápida y contundente intervención militar en Cuba. Por su parte, los “halcones” -como John McCone, entonces jefe de la CIA, o el general Maxwell Taylor, Jefe del estado mayor conjunto-, si bien formaban parte del grupo que consideraba imprescindible una intervención militar, a la hora de ofrecer a Kennedy una opinión que podría ser definitoria, siempre insistían en dos elementos: no podían garantizar la eliminación de todos los misiles en territorio cubano y tampoco prever, en todo su alcance, la magnitud de la respuesta soviética ante los llamados “ataques quirúrgicos” aéreos para la destrucción de todo armamento ofensivo, o la intervención general a fin de ocupar la isla y neutralizar esas armas. Las cintas editadas de E. May y P. Zelikow, junto con la reconstrucción minuciosa de A. Fursenko y T. Naftali, y el valiosísimo libro de Robert Kennedy, titulado Thirteen Days: A Memoir of the Cuban Missile Crisis (1969), ofrecen -de una forma muy elocuente- cómo paulatinamente, frente a un amplio abanico de posibilidades -que incluía desde un ataque aéreo preventivo hasta un desembarco masivo de tropas norteamericanas-, la idea del bloqueo naval35 de Cuba para impedir el envío de los misiles soviéticos y forzar el desmantelamiento de las bases de lanzamiento, deja de convertirse en una opción marginal para devenir –a medida que avanzaban las discusiones- en la estrategia de respuesta al reto de la Unión Soviética. Las otras opciones tácticas previstas, obviamente, no habrían dejado indiferente a la Unión Soviética, no solamente por la forma en que alterarían los preexistentes equilibrios militares, sino, esencialmente, por la importante repercusión que ello tendría para el prestigio soviético en 95 momentos en que al objetivo de expansión militar se unía el de expansión del régimen político y económico del comunismo en todo el mundo. Según R. Dallek, se predecía que una arremetida contra Cuba tendría por consecuencia represalias soviéticas en Turquía o Berlín, y que “supondría el riesgo de desencadenar una guerra nuclear que, en el mejor de los casos, produciría graves divisiones, y el juicio de la historia rara vez coincide con el espíritu del momento”36. En definitiva, un ataque a la referida isla caribeña exigía tener un potencial significativo para que, al menos, permitiera a los norteamericanos asegurarse un éxito verdaderamente fulminante, antes de que los soviéticos pudieran reaccionar efectivamente a la agresión, lo cual era muy improbable. En la noche del 22 de octubre de 1962, el Presidente Kennedy se dirigió a los norteamericanos y al mundo entero en un mensaje -de diecisiete minutos- transmitido por radio y televisión. Su breve mensaje para explicar la crisis y su decisión del bloqueo era crucial no solamente para unir a Estados Unidos, sino, también, para presionar a Khrushchev y conseguir que accediera a sus peticiones. Kennedy dejó bien clara la gravedad de los hechos a los que se enfrentaban Estados Unidos y la Unión Soviética y, en realidad, el mundo entero. Explicó que, tal como se había anunciado antes, el gobierno de Estados Unidos había establecido una estrecha vigilancia sobre los movimientos militares soviéticos en Cuba y que, como resultado de ello, se había determinado, sin lugar a dudas, que la Unión Soviética estaba desplegando en territorio cubano rampas de lanzamiento y misiles nucleares. Asimismo, condenó rotundamente a los soviéticos por mentir: el despliegue representaba una completa traición de la fe en las repetidas promesas soviéticas de suministrar a Cuba solamente armas defensivas. Estados Unidos, según anunció Kennedy, no podían tolerar aquella amenaza a su seguridad y, por lo tanto, a partir de ese momento se ponía a Cuba en cuarentena para bloquear los envíos de armas ofensivas e impedir que llegaran a la isla37. Si los soviéticos no daban marcha atrás, quedarían justificadas posteriormente cualquier acción de Estados Unidos, y el uso de los misiles que ya se encontraban en Cuba llevaría consigo ataques contra la Unión Soviética a modo de represalia. Finalmente, el Presidente norteamericano exigió el rápido desmantelamiento y la retirada de todas las armas ofensivas de Cuba bajo la supervisión de la ONU, y prometió impedir cualquier amenaza a los aliados de Estados Unidos, incluido “el valiente pueblo de Berlín occidental”. Tras esta declaración y el desarrollo ya efectivo de la crisis, que atañía fundamentalmente a Estados Unidos y la Unión Soviética, el protagonismo de Castro declinó y fue rápidamente ignorado por ambas partes38. Estados Unidos comenzó de inmediato a recibir el apoyo de los miembros del Pacto de Río o Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), así como otros Estados pro-occidentales, por la firmeza mostrada ante la Unión Soviética. Asimismo, la ONU manifiesta su conformidad después de la excelente presentación del caso hecha por Adlai E. Stevenson, quien puso en graves aprietos al delegado soviético que intentaba negar la existencia de los envíos de armamento nuclear en Cuba. La respuesta de la Unión Soviética fue también importante. La decisión del bloqueo naval tomó totalmente por sorpresa a Khrushchev, que estaba convencido, por muy diversas señales que recibía de las más altas esferas de Washington, de que la instalación de misiles estratégicos en el 96 Caribe no representaba un acontecimiento que iba a ser impugnado con violencia. En efecto, de la misma manera que Khrushchev creyó firmemente en sus posibilidades de victoria en el proyecto de instalar misiles en Cuba, fue notable su cambio de actitud ante la firmeza de Kennedy, una faceta desconocida y hasta entonces menospreciada por él. El líder soviético se percató rápidamente del error que había cometido, tanto así que cuando aún no era evidente que podía llegar a un acuerdo con el gobierno de Washington, instruyó de urgencia la orden de cancelar el posible empleo de armas nucleares tácticas en territorio cubano, en caso de una invasión directa a la isla por Estados Unidos, colocando dichas armas bajo el estricto control de Moscú. Sin embargo, el 23 de octubre, Khrushchev declaró que la Unión Soviética no reconocía derecho a los norteamericanos para establecer un cerco naval alrededor de Cuba y veía al bloqueo como una agresión, por lo que advirtió que los barcos soviéticos no tenían por qué respetarlo. Asimismo, declaró que si los barcos norteamericanos intentaban acciones de bloqueo contra los buques soviéticos, aquéllos serían hundidos; pero nunca informó que tenía en la zona submarinos equipados con torpedos nucleares. Pero, el 24 de octubre, informes de prensa anunciaron que, en las primeras horas de la mañana, los barcos soviéticos que estaban más cerca del borde de la zona de exclusión, se habían detenido. A medida que pasaban las horas aumentaba la tensión en el mundo entero. El enorme riesgo de que en cualquier momento estallara una guerra nuclear devastadora era claramente percibido en todas partes. Sin duda, los contactos diplomáticos en el marco de la ONU y en otros niveles, se llevaban a cabo minuto a minuto durante los tres días en que la expectativa ominosa de una Tercera Guerra Mundial asumía creciente posibilidad. Kennedy estaba decidido a esperar y ver, y los soviéticos obligados a asumir el riesgo del estallido de una guerra si decidían que sus barcos mercantes atravesaran la línea de bloqueo. En alta mar las tripulaciones de los submarinos soviéticos -movidos por motores diesel- soportaban condiciones extremas. El calor rondaba los 39 grados centígrados, se agotaban las existencias de agua potable y el aire se enviciaba tornándose irrespirable. Por ello, el 25 de octubre, el capitán del submarino B130 decidió emerger brevemente; pero fue rápidamente detectado por el destructor antisubmarino norteamericano “Blandy”, el cual inició una persecución lanzando cargas de profundidad de advertencia. Los norteamericanos supieron, de esta forma, que los soviéticos tenían submarinos en la zona, pero nunca sospecharon con qué tipo de armamento estaban equipados. En una carta recibida el 26 de octubre, Khrushchev proponía a Kennedy el desmantelamiento de las bases soviética de misiles nucleares en Cuba, a cambio de la garantía de que Estados Unidos no invadiera a Cuba ni apoyara operaciones con ese fin. Antes que el Presidente Kennedy tuviera tiempo de contestar tal propuesta, el 27 de octubre recibió otra carta, ya no redactada por Khrushchev, sino por el Ministro del Exterior soviético, en la que sorprendentemente se cambiaba el trato, recogiendo la idea lanzada por The Times de Londres, y repetida por Walter Lippman en el New York Herald Tribune, de que Estados Unidos evacuara sus bases de misiles en Turquía; además, se aseguraba a Kennedy que los cohetes soviéticos que se encontraban en Cuba estaban completamente bajo control de Moscú. Por primera vez, la Unión Soviética reconocía formalmente que había misiles nucleares en Cuba. Sin embargo, Kennedy vaciló, 97 aunque desde hacía tiempo desconfianza de la rentabilidad de los misiles Júpiter emplazados en los territorios de Turquía e Italia; incluso había solicitado del Departamento de Estado que entablara negociaciones para su remoción. Tras la segunda carta, llegó la noticia de que un avión U-2 había sido derribado sobre Cuba por un cohete SAM39 y de que otro U-2, de modo accidental, se había desviado de su ruta y sobrevolado el territorio soviético, corriendo el riesgo, como dijo más tarde Khrushchev, de que lo confundieran con un bombardero nuclear. El nerviosismo se desató entre el Presidente Kennedy y sus consejeros más inmediatos. Al conocerse la noticia, había casi unanimidad en la opinión de que Norteamérica debía atacar por la mañana con bombarderos y cazas, y destruir las bases de los SAM. El incidente debía tener una respuesta, pero tras largas discusiones, Kennedy volvió a decidir no atacar, al menos, por el momento. Finalmente, Kennedy aceptó una de las dos cartas de Khrushchev. La contraoferta norteamericana quedaría establecida en los siguientes términos: la Unión Soviética retiraría de Cuba los misiles y las armas ofensivas bajo la inspección y comprobación de una delegación de la ONU y de Estados Unidos, y todo el hemisferio occidental se comprometían a no invadir Cuba. La jugada dio resultado. Después de continuas negociaciones secretas, de las que estuvo excluido siempre Fidel Castro, el 28 de octubre el Kremlin manifestó su disposición de retirar los misiles de Cuba, tan pronto como Estados Unidos se comprometiera a desmovilizar sus fuerzas de invasión y admitía la supervisión de la ONU. Mucho más tarde se supo que, a cambio del retiro, Kennedy aceptó retirar los obsoletos misiles de mediano alcance que Estados Unidos tenía desplegados en Turquía y a no invadir Cuba; pero con la condición de que esa parte del acuerdo no llegara a ser de público conocimiento en, al menos, seis meses. Los soviéticos, en efecto, retiraron sus bases de misiles y sus asesores militares de Cuba, pues aunque Fidel Castro se negó a permitir la prometida inspección de la ONU, el reconocimiento aéreo de Estados Unidos reveló que las bases se habían desmotado. Por su lado, los norteamericanos se limitaron a adoptar una ley que estableció la prohibición a las empresas norteamericanas de comercializar con Cuba, y como parte de los acuerdos diplomáticos alcanzados con la Unión Soviética, Estados Unidos retiró también algunos misiles instalados en bases situadas en territorio turco. Por consiguiente, los objetivos de Khrushchev habían sido cubiertos, pero “ello le costó la humillación pública: en el pulso de fuerza, los soviéticos se habían retirado y la responsabilidad había sido de su dirigente”40; Kennedy, en cambio, aparecía como vencedor, aunque Castro, a pesar de haber sido excluido de las negociaciones, logró con éxito consolidar su régimen en virtud de la promesa arrancada al Presidente norteamericano de que no invadiría Cuba. De esta forma, se pone término al conflicto tipo, sin que las superpotencias dieran muestras de debilidad, ni de derrota, ya que el marcador dentro del contexto de la Guerra Fría quedaba así igualado. Se vuelve a evitar el enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética, algo que los gobiernos de Washington y de Moscú no querían ni imaginar, por mucho que la publicidad bélica de la época expresase lo contrario, pues los enfrentamientos se traspasarían a terceros países, como ocurrió en Corea y volvería a ocurrir, posteriormente, en Vietnam. 98 Tras conocerse la manera como John F. Kennedy abordó el tema de la presencia de proyectiles soviéticos en territorio cubano y su perseverancia de dar una “respuesta flexible” a la amenaza de un ataque nuclear, es necesario dar crédito a la intuición y sentido democrático del Presidente norteamericano, algo que ya ha sido puesto de manifiesto por los historiadores con ocasión a las ediciones de las cintas que tienen grabadas las intervenciones de Kennedy durante la crisis de los misiles en Cuba. Particularmente, Gaddis dibuja con eficiencia los nuevos materiales que se han podido consultar para presentar un nuevo enfoque acerca de la competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética con ocasión a la crisis de los misiles en Cuba, y determina que el resultado de ésta constituyó más un compromiso de evitar una conflagración, que una victoria para las partes en conflicto41. En este sentido, se afirma que Kennedy demostró su valor frente a la crisis no con su agresividad -a pesar de la persistencia de algunos miembros del ExComm de utilizar la fuerza militar-, sino con su deseo al compromiso y a una solución no militar; lo cual representaba, naturalmente, una postura contraria a la “firmeza” asumida por otros líderes norteamericanos que sufrieron las presiones soviéticas durante la Guerra Fría. Lo curioso de esto es que la imagen de “debilidad” o de estadista inseguro que Kennedy ofreció a Khrushchev, se reveló como la paradoja que evitó una nueva guerra mundial, pues lejos de colocar a Estados Unidos y al resto del mundo en riesgo para proteger su propia reputación por su tozudez, el Presidente norteamericano demostró ser pacificador, un líder democrático preocupado por las consecuencias que sus decisiones podían generar. Es posible pensar que, en los breves días de la crisis de los misiles en Cuba, Kennedy reflexionó que una vez desatado el demonio militar nadie podía asegurar cuándo se le volvería a controlar, ni cuál sería el alcance destructivo que su furia iba a dejar sobre la tierra. Sin embargo, no debe olvidarse que la suerte del mundo en esos momentos no dependió solamente de Kennedy. En efecto, según varios ex jefes militares soviéticos, es cierto que, en los peores instantes de la crisis sus fuerzas en Cuba poseían 162 cabezas nucleares, entre ellas -al menos- 90 cabezas tácticas. En ese mismo período, Fidel Castro pidió al embajador soviético en La Habana que enviara un cable a Khrushchev para informarle que el máximo líder cubano le instaba a que, en caso de un ataque de Estados Unidos, contraatacara con una respuesta nuclear. Esto permitió ver, desde luego, que existió un auténtico peligro de que, ante semejante ataque –que muchos miembros del gobierno estadounidense estaban dispuestos a recomendar al Presidente Kennedy-, las fuerzas soviéticas en la isla caribeña habrían podido decidir emplear sus armas nucleares antes que perderlas; pues es necesario distinguir aquí entre la retórica habitual del gobierno cubano y el hecho, desconocido entonces, de que las tropas soviéticas acantonadas en la isla tenían desde un principio la autorización de emplear las armas nucleares tácticas para repeler un desembarco norteamericano. Hasta hace pocos años también se conoció que los cuatro submarinos soviéticos que seguían los buques de la Marina estadounidense en las proximidades de Cuba, llevaban torpedos dotados de cabezas nucleares. El jefe de cada submarino tenía autoridad para lanzar sus torpedos en caso de ser atacados; y lo que hacía la situación más temible, era que los submarinos no podían comunicarse con sus bases, y siguieron patrullando durante cuatro días después de que Khrushchev anunciara la retirada de los misiles soviéticos en Cuba. Sin duda, hubiera bastado 99 que sólo uno de esos torpedos fuese lanzado y alcanzara a un barco norteamericano, para que estallara una guerra nuclear. V. Consecuencias de la crisis Las consecuencias de la crisis de los misiles en Cuba serían muchas y muy importantes. La principal, a nuestro juicio, es que como “conflicto tipo” supone la culminación de una nueva fase en la evolución de la Guerra Fría, en la que se había rozado la posibilidad del estallido de una guerra nuclear. Esto hace ver a los máximos dirigentes de las dos superpotencias, la necesidad de una comunicación directa y, aunque no gustara, de una intensificación de los contactos entre ellos. Así, el espíritu de la confrontación abierta dio paso a la apertura de unos canales de relación institucionalizados entre Estados Unidos y la Unión Soviética, cuyo símbolo más célebre fue el teléfono rojo, inaugurado en julio de 1963, que ponía en comunicación directa al Kremlin con la Casa Blanca en los momentos de crisis aguda. Paralelamente, a mediados de la década, en la OTAN se desterró la doctrina de la “represalia masiva” en caso de un ataque nuclear por la de “respuesta flexible”, en virtud de la revisión que, a partir de la crisis de los misiles en Cuba, se hizo de la política de defensa a la vista de las nuevas circunstancias militares y políticas, así como la aparición de nuevas armas nucleares. Asimismo, examinada en la perspectiva de los hechos ulteriores, la crisis de los misiles en Cuba puede considerarse como el punto de inflexión del proceso de expansión soviética y de la irradiación del comunismo a escala mundial. La Unión Soviética, tras la crisis de los misiles, obtuvo garantías para el futuro de Cuba, pero ésta quedó aislada y vigilada en su espacio natural y, lo que era más importante, se limitaron enormemente sus posibilidades para expandir su ideal revolucionario en América Latina. La Unión Soviética trató de capitalizar esta única o, al menos, más notable conquista efectiva, porque en alusión a una fábula narrada por Khrushchev los norteamericanos no se adaptaron del todo al “olor de la cabra”, es decir, a vivir bajo la cercana amenaza de los cohetes rusos, tal como los propios soviéticos vivían en su territorio respecto a las bases estadounidenses en suelo europeo, incluidas las de España. Ante la humillación sufrida, la Unión Soviética extrajo una lección, perfectamente a tono con el clima de la Guerra Fría existente: era necesario lograr la paridad estratégica con Estados Unidos al costo que fuese necesario. En este empeño tuvo éxito, como lo atestiguan los acuerdos sobre control de armamentos firmados con Estados Unidos a lo largo de la década de los setenta, con los llamados SALT-1 y SALT-11. Pero, quizás la Unión Soviética sacó la conclusión equivocada, y el camino del fortalecimiento nuclear del bloque socialista en su enfrentamiento bipolar no era una carrera armamentista ilimitada, sacrificando en tal proceso al resto de los elementos tangibles del poder, como lo es ante todo el factor económico.42 Por otra parte, Estados Unidos mantuvo su superioridad militar en todos los ámbitos, lo que alcanzó con una ventaja políticamente rentable, la que surgió del fortalecimiento de su prestigio institucional en el seno del llamado mundo libre -su imagen de virtual vencedor al poder presentarse como el agredido y lograr imponer sus condiciones en el proceso negociador-, al margen de su mayor o menor arrogancia a la hora de afrontar los acontecimientos43. América, por tanto, siguió siendo para los norteamericanos -fundamentalmente, en términos de dependencia 100 económica-, y muchos gobiernos de América Latina se convencieron, además, de que el régimen cubano protegido por los soviéticos era una amenaza contra la estabilidad y la paz del continente. El gobierno norteamericano, sin embargo, siguió ejerciendo presiones directas e indirectas contra Cuba en forma continua, para provocar el desplome de Fidel Castro. Todo ello se tradujo en un largo período de distensión conocido como “coexistencia pacífica” y lo que, incluso durante la crisis de los misiles en Cuba, había sido un proceso crecientemente expansivo de la influencia soviética y comunista en el mundo, se invirtió definitivamente hasta acarrear la disolución militar y política de la Unión Soviética. Tal como observaron J. Nathan y J. Oliver, “Cuba aparece como una divisoria de las aguas en la Guerra Fría y en la historia del sistema internacional”44. No obstante, se le concibe apropiadamente como parte y producto de la Guerra Fría, pues, en definitiva, la crisis de Cuba fue en muchos aspectos el punto culminante de la Guerra Fría. La crisis de los misiles en Cuba refleja la constante tensión entre las superpotencias durante la Guerra Fría, dado que simboliza otro eslabón más de la cadena de agresiones y represalias propias de este peculiar proceso enmarcado por la contención, una réplica del reto lanzado por el contrario: Estados Unidos, en respuesta a la construcción del Muro de Berlín, instaló misiles Júpiter en Turquía, y ante la revolución cubana que impondría el régimen socialista a pocos kilómetros del territorio norteamericano, su reacción, en esta ocasión, consistió en apoyar a los exiliados cubanos en su intento fallido de invadir la isla desde Bahía de Cochinos; la Unión Soviética, por su parte, respondió con la instalación de misiles nucleares en Cuba. Este conflicto también demostró, de forma ostensible, que podía resultar muy peligroso jugar con ciertos desafíos. En efecto, la crisis de los misiles reveló el verdadero significado del equilibrio atómico alcanzado entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y la posibilidad cierta de que, por una decisión incidental de uno de los tantos hombres que estaban en condiciones de hacerlo, se disparara un proyectil atómico y se desatara la destrucción general. Sin embargo, la estrategia de la disuasión basada en los efectos psicológicos de las armas nucleares, que tan buenos resultados dio durante la Guerra Fría, funcionó de nuevo cuando el temor a las represalias del adversario fue tan intenso que ninguna de las superpotencias se atrevió a golpear primero. Así, se llegó al acuerdo tácito de mostrarse más cauto y renunciar a forzar cambios dramáticos. Finalmente, la resolución de la amenaza de misiles soviéticos ubicados en Cuba dejó ver la necesidad de una distensión o de que la Guerra Fría se mantuviera cuidadosamente como una guerra limitada. La crisis de los misiles en Cuba supuso, desde luego, uno de los momentos más álgidos de la tensión mundial que estuvo a punto de desembocar en una nueva guerra mundial basada en armamento de destrucción masiva y de consecuencias inimaginables. Se consiguió evitar la catástrofe y se abrió una nueva etapa en el curso de la Guerra Fría, que se caracterizaría por la aparición de fisuras en el poderío de las dos superpotencias. VI. Conclusión A partir de los datos que ofrecen los archivos secretos que han sido desclasificados, podemos afirmar que, en la década de los años sesenta, el gobierno de Fidel Castro representaba una clara amenaza a los intereses de Estados Unidos: Cuba era, sin duda, un país comunista apoyado por el 101 régimen soviético, situado muy cerca del territorio norteamericano. La crisis de los misiles en Cuba desveló dicho peligro, porque la alianza incondicional con Cuba le permitió a la Unión Soviética tener presencia militar en el continente americano. Siendo así, dicho conflicto representó el momento de la Guerra Fría en que más cerca se estuvo del enfrentamiento directo entre las superpotencias mundiales; no obstante, la rápida solución de la crisis de los misiles muestra la eficacia de la estrategia de la disuasión (la amenaza del holocausto nuclear frena acciones desmesuradas del contrario) y la importancia del diálogo ente las dos superpotencias. Tras la crisis de octubre de 1962, la coexistencia pacífica entre los bloques, que se compatibiliza con la cohesión interna en ellos, adquiere carta de realidad incuestionable. En conclusión, el estudio sobre la crisis de los misiles en Cuba arroja luz, ciertamente, acerca de la naturaleza de la Guerra Fría: 1. Dicha crisis refleja la existencia, en ese tiempo, de un enfrentamiento no bélico entre distintos modos de ser en el mundo que, condicionados por el temor a la destrucción mutua, asegurada por el uso de los respectivos arsenales atómicos, determinó el desarrollo y el choque de dos voluntades que desplegaron fórmulas estratégicas indirectas -la guerra revolucionaria y la contención-, una de las cuales vencería finalmente a la otra. 2. En esta fase de la Guerra Fría se puso de manifiesto la existencia de un mundo bipolar dividido en dos bloques de signos políticos contrarios, cuyos líderes -la Unión Soviética y Estados Unidos- mantenían un clima de tensión permanente. De este modo, cada una de las superpotencias actuaba, a menudo, en respuesta de lo que había hecho la otra. Utilizaban nada mejor que las estrategias de contención, a través de la creación de sus respectivos sistemas de seguridad militar que les permitieran, primero, disuadir al contrario de cualquier acción, especialmente mediante la posesión -cada vez mayor- de armas de destrucción masiva; y segundo, en caso de que la disuasión fallara, responder rápidamente a una agresión armada sea cual fuese su envergadura, a través de una gama flexible de respuestas. 3. El papel de la carrera armamentista en el contexto de la Guerra Fría se aprecia durante la crisis de los misiles en Cuba, especialmente relacionado no sólo a las estrategias militares, sino a la atención que se presta al equilibrio o desequilibrio tanto de fuerzas y armas convencionales, como de armas nucleares entre la Unión Soviética y Estados Unidos, y los dos bloques de alianzas más importantes. Sin embargo, las tres décadas siguientes a la crisis de los misiles en Cuba mostrarán como la concepción monodimensional del poder, centrada en la capacidad militar y animada por las armas nucleares, perderá protagonismo respecto de los efectos que la diversificación del poder producirá en el curso de la Guerra Fría y, por ende, en el equilibrio de la fuerza. 4. Por último, la crisis de los misiles en Cuba demuestra que en la Guerra Fría las superpotencias tenían presente, desde una perspectiva ideológica contrapuesta, la necesidad de expansión y el establecimiento de los sistemas de alianzas, así como de la inclusión de otros Estados en sus respectivos bloques que, tras su adhesión, quedaban comprometidos firmemente con los objetivos y los valores que defendían cada uno. 102 Notas documentales y bibliohemerográficas 1 Versión actualizada del trabajo presentado en el curso “Introducción a la Historia Mundial Contemporánea”, impartido por el Prof. Charles Powell, en el Curso de Especialización en Derecho Constitucional y Ciencia Política, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2006 (Madrid, España). 2 Abogada con mención Magna Cum Laude (1995) y Especialista en Derecho Administrativo (2003) por la Universidad Central de Venezuela. Especialista en Derecho Constitucional y Ciencia Política (2006) por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (Madrid, España). Diploma de Estudios Avanzados (DEA) del Programa de Doctorado “Problemas actuales de Derecho Administrativo” (2007) y Aspirante al título de Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de MethoIus Consultoría Jurídica Internacional. 3 Otros documentos que revelan las operaciones secretas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos en relación con el gobierno de Fidel Castro, han sido también desclasificados en 2007, a pesar de que ya se conocían y estaban disponibles al público en los archivos oficiales. 4 El más conocido de ellos era el Comité para la Seguridad del Estado, conocido como KGB (1954-1991), sucesor de la Checa (1917-1922), GPU (1922-1923), OGPU (1923-1934), NKVD (1934-1946) y MGB (1946-1954). 5 Cfr. Juan Carlos Pereira Castañares, Historia y Presente de la Guerra Fría, Editorial Istmo, Madrid, 1997, p. 34. 6 Estos trabajos sólo continuaron la perspectiva que se impuso desde Estados Unidos y que fue seguida por muchos europeos, a la cual se ha denominado como tesis tradicional y de la que forman parten autores como H. Feis, A. Ulam o L. Davis. La definición tradicional es muy precisa, pues nos habla del choque entre dos ideologías antagónicas: de un agresivo comunismo mundial, de la confrontación político- espiritual y psicológico-propagandística con el mundo no comunista. Así, según dicha tesis, la meta suprema de la Guerra Fría radica en el completo dominio, descubierto u oculto, del mundo no comunista a través de medios militares y no militares del comunismo. 7 Cfr. Andre Fontaine, Historia de la Guerra Fría, Editorial Luis Carlt, Barcelona, 1970, pp. 8 y ss. 8 Cfr. Pereira Castañares, ob. cit., pp. 89 y 90. 9 Cfr. Klaus D. Kerning (Dir.), Hans Lades y José H. Pfister, Marxismo y Democracia, Enciclopedia de Conceptos Básicos, Sección Política, vol. 4, Editorial Rioduero, Madrid, 1975, in totum. 10 Cfr. Roberto Mesa, “Guerra Fría, Distensión y Solución de Conflictos”, Revista del Centro de Estudios Constitucionales, nº 3, 1989, pp. 252-254. 11 Cfr. Pereira Castañares, ob. cit., p. 35. 12 La expresión “Guerra Fría” no aparece en virtud de una circunstancia o factor determinado, sino como resultado directo de un estado de opinión o de una percepción particular de la realidad internacional, luego de culminada la Segunda Guerra Mundial. Los historiadores han atribuido al lenguaje periodístico el origen del término. Se señala, en este sentido, que tal expresión la acuñó, en 1946, el periodista Herbert B. Swope; y, en 1947, el político norteamericano Bernard Baruch, consejero del Presidente Roosevelt, usó la denominación “Guerra Fría” en un discurso en Washington para describir, en general, la situación internacional, y en particular, el estado en que se encontraban las relaciones soviético-norteamericanas. Sin embargo, poco después el término “Guerra Fría” se populariza a partir de la polémica entre el diplomático George F. Kennan y el periodista Walter Lippmann, en virtud de las publicaciones de sus respectivos artículos en las revistas Foreing Affairs y The New York Herald Tribune en 1947. 13 Cfr. James A. Nathan y James K. Oliver, Efectos de la política exterior norteamericana en el orden mundial (traducción de Mirta Rosenberg), Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1991, p. 79. 14 Cfr. Ronald Powaski, La Guerra Fría. Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991, Editorial Crítica, Barcelona, 2000, p. 9. 103 15 Luego de la muerte de Stalin y de los forcejeos ocurridos para ocupar su lugar, Nikita Khrushchev, quien era Secretario General del Partido Comunista, logró emerger al frente del poder, siendo nombrado Presidente del Presidium Supremo de la Unión Soviética. 16 Recibió este nombre la fase que se da a la muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953. 17 En 1960, sólo hacía dos años que Khrushchev se había afianzado definitivamente en el poder, tras un turbio período de pugna enrevesada entre camarillas de difícil definición política con toda suerte de golpes bajos y traiciones. Tras el famoso informe del XX Congreso del PCUS, el argumento decisivo a favor de Khrushchev frente a sus adversarios había sido la decidida intervención militar en Hungría, culminada evitando la intervención de las potencias occidentales. Pero el pulso final en el interior del Kremlin lo ganó Khrushchev gracias a la concurrencia de sectores simpatizantes del Ejército y la KGB. 18 Cfr. Aleksander Fursenko & Timothy Naftali, One Hell of a Gamble. Khrushchev, Castro and Kennedy, 1958-1964, WW Norton & Co., New York, 2000, pp. 24 y ss. 19 Fidel Castro conocía las desfavorables condiciones del trueque de azúcar por petróleo, pero consideraba que esa diferencia de precio –respecto al subsidio norteamericano e incluso a los precios del azúcar en el mercado mundial- estaba compensada por el factor político de que podría provocar una reacción por parte del gobierno de Eisenhower, en el caso muy probable de que las plantas gasolineras de La Habana se negaran a procesar el crudo ruso, tal como ocurrió con el argumento de que el gobierno cubano les debía una gruesa suma de dinero y no aceptaría ningún otro encargo hasta que esa deuda quedara saldada. La reacción de Washington, explicó Fidel Castro, sería un magnífico pretexto para la nacionalización de las compañías norteamericanas en Cuba. 20 César Leante, “Cuba: Cuarenta Años de la Crisis de los Misiles”, Claves de Razón Práctica, nº 126, octubre, 2002, pp. 42-49. 21 Al finalizar la década de los sesenta, Estados Unidos ya tenía 1.059 misiles balísticos intercontinentales (ICBM), 700 misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM) y más de 500 bombarderos B-52, cuya autonomía de vuelo era muy grande. 22 Cfr. Robert Dallek, “John Kennedy. La Crisis de Cuba”, Revista Claves: De Razón Práctica, nº 142, mayo, 2004, pp. 54-63. 23 Cfr. Leante, ob. cit., p. 44. Este autor relata que, el 15 de junio de 1962, la prensa cubana anuncia que Fidel Castro parte hacia la Sierra Maestra a levantar de nuevo el estandarte de la rebelión, llevando consigo su histórico fusil con mirilla telescópica, y al cabo de ocho días presuntamente desciende de la montaña y regresa a La Habana. Sin embargo, a partir de las confesiones que Khrushchev hace en sus Memorias, se ha avanzado en la hipótesis de que es posible que, cuando el pueblo cubano imaginaba a Castro con su uniforme de campaña subiendo y bajando la montaña, en realidad estaba visitando secretamente a Khrushchev en la Unión Soviética. En este sentido, véase Nikita Khrushchev, Khrushchev Remembers. The last testament, Andre Deutsch, Londres, 1974, pp. 513 y ss. 24 Leante, ob. cit., p. 43. 25 Cfr. Fursenko y Naftali, ob. cit., pp. 52 y ss. Explican estos autores que, bajo las órdenes de Khrushchev, la Unión Soviética había alcanzado algunas hazañas tecnológicas, tales como la explosión de una bomba de hidrógeno en 1955 y la puesta en órbita de una nave espacial alrededor de la tierra en 1957. Esto hizo posible en ese momento, al menos teóricamente, que los soviéticos pudieran colocar una cabeza nuclear en un cohete intercontinental y alcanzar cualquier zona de los Estados Unidos, sin que existiera defensa frente a tal eventualidad. 26 Khrushchev, a través de su modelo político, económico y social de la Unión Soviética, no había logrado alcanzar los niveles pronosticados de producción de alimentos en el índice de precios al consumo, ni sobrepasar los estándares de vida de las personas con respecto al modelo capitalista. Tampoco había conseguido progresos apreciables a la hora de forzar un acuerdo final sobre Berlín, o de garantizar la seguridad de Castro ante un ataque extranjero, o de aplastar el desafío chino al liderazgo del mundo 104 comunista por parte de Moscú. Y, sobre todo, no había conseguido eliminar el desfase en materia de misiles entre la Unión Soviética y Estados Unidos. 27 Cfr. John L. Gaddis, We Now Know. Rethinking Cold War History, Oxford University Press, New Cork, 1997, pp. 260-280. 28 Personalmente, en numerosas ocasiones, Fidel Castro contribuyó a esta campaña justificativa del despliegue de los misiles nucleares en Cuba. Fursenko y Naftali no se detienen en estos aspectos, pero sí resultan muy instructivos por la manera en que vinculan la suerte tanto de Nikita Khrushchev como de John F, Kennedy a la aparición de la figura de Fidel Castro. La obsesión con Castro fue decisiva en la fase esencial de las vidas de cada uno de ellos, y el nombre del cubano se cita de forma indisoluble a la trágica suerte que ambos corrieron luego de la crisis de los misiles. Sobre este tema, véase Fursenko y Naftali, ob. cit., pp. 24 y ss. 29 Gaddis, ob. cit., p. 264. 30 El libro de Fursenko y Naftali es minucioso en los detalles sobre la manera en que se realizó el traslado secreto de los proyectiles a Cuba, la cantidad de armas nucleares y su poder destructivo, los nombres y las responsabilidades de los jefes militares encargados de esa misión y no deja espacio para otras muchas historias apócrifas o imprecisas que han circulado sobre la Crisis de los Misiles en Cuba. 31 Cfr. Gaddis, ob. cit., pp. 266-267. 32 Aunque el ExComm -como se autodesignó este comité ad hoc- creó la impresión de que Kennedy gobernaba por medio de un comité de hecho era una excepción. Este gabinete estaba compuesto en un principio por catorce personajes clave, entre los que contaba Dean Rusk, secretario de Estado; Robert Mc Namara, secretario de Defensa; Robert F. Kennedy, fiscal general; John Mc Cone, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA); Dougles Dillon, secretario del Tesoro; Mc George Bundy, consejero del presidente Kennedy para Asuntos de Seguridad Nacional; Theodore C. Sorensen, asesor de la Presidencia; George Ball, subsecretario de Estado; U. Alexis Johnson, subsecretario delegado de Estado; el general Maxwell Taylor, presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor; Edward Martin, secretario ayudante de Estado para América Latina; Charles Bohlen, sólo el primer día, pues partió a Francia a desempeñar el cargo de embajador y fue sustituido por Lewelyn Thompson como asesor en asuntos rusos; Roswell Gilpatric, secretario delegado de Defensa; Paul Nitze, secretario ayudante de Defensa, y, de modo intermitente, en diversas reuniones, el vicepresidente Lyndon B. Johnson; Adlai Stevenson, embajador ante las Naciones Unidas; Kenneth O'Donnell, ayudante particular del presidente, y Donald Wilson, director delegado de la Agencia de Información de Estados Unidos. 33 Los miembros del ExComm se mostraron divididos desde el comienzo de las deliberaciones, en las que no siempre participaba el presidente Kennedy. Ya desde el principio se barajó la idea del bloqueo. El secretario Mc Namara era el más decidido defensor de aquella postura, en contraposición a la del general Curtís LeMay, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas, que, como portavoz de los miembros de la Junta de Jefes del Estado Mayor, insistía en la necesidad de un ataque militar o, en su defecto, un ataque aéreo preventivo que destruyese en una sola incursión los emplazamientos de los misiles. Kennedy, sin embargo, insistió en evitar la acción militar directa contra las bases de misiles soviéticas en Cuba. 34 Cfr. Ernest R. May & Philip D. Zelikow, The Kennedy Tapes. Inside de White Hause during the Cuban Missile Crisis, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, 1997, in totum. 35El bloqueo constituye uno de los instrumentos militares de política y de Derecho Internacional más delicados. Como medida de aislamiento de un área geográfica determinada, es reconocidamente un acto inmediatamente anterior a la guerra misma; y se requiere, para que se le atribuyan efectos válidos —sobre todo respecto de terceros no involucrados directamente en un conflicto internacional— que quien lo declara cuente con medios efectivos de ponerlo en práctica. 36 Dallek, ob. cit., p. 59. 37 Los términos del bloqueo establecían una zona de exclusión alrededor de la isla de Cuba, dentro de la cual, a partir de la hora 10 GMT del día 24 de octubre, la Armada de los Estados Unidos procedería a 105 inspeccionar todo barco mercante o de guerra que se dirigiera a Cuba, a fin de determinar si conducía equipos o fuerzas militares. En caso afirmativo, el barco sería intimado a retornar y, de no hacerlo, sería hundido. 38 Cfr. Leante, ob. cit., pp. 46 y 47. No obstante, Fidel Castro tendría oportunidad de hacer una última aparición en la escena mundial al comentar el discurso de Kennedy. Lo hizo -según apuntan algunos historiadores-, ridiculizándolo, burlándose de él y provocando la risa de su obsecuente auditorio en televisión, en contraste con el tono mesurado del discurso de Kennedy, e incluso la respuesta soviética. Pero lo más importante de estas réplicas no fueron las bufonadas o el duro sarcasmo de Castro, sino su tácita asunción de que había misiles soviéticos en Cuba. Al respecto, véase Herbert Dinerstein, The Making of a Missile Crisis: October 1962, Baltimore, 1976, pp. 175 y ss. 39 En el que murió la única víctima de esta guerra no declarada, el mayor Rudolph Henderson. 40 Francisco Veiga, Enrique Da Cal y Ángel Duarte, La Paz Simulada: Una Historia de la Guerra Fría, 1941-1991, Editorial Alianza, Madrid, 1997, p. 181. 41 Cfr. Gaddis, ob. cit., pp. 260-280. 42 A la larga el derrumbe del bloque socialista y la desaparición de la Unión Soviética no sobrevinieron de un ataque nuclear, y ni siquiera de una confrontación militar con armas convencionales, sino como consecuencia de sus dificultades internas, político-ideológicas en primer lugar, proceso dentro del cual las debilidades en su economía desempeñaron un papel nada despreciable. 43 Sin embargo, Estados Unidos extrajo sus propias lecciones de la crisis de los misiles en Cuba, las que tendrían consecuencias funestas a largo plazo para sus intereses nacionales y para el mundo. Sin lugar a dudas, el renovado intervencionismo militar en el hemisferio americano, como ocurrió con la invasión a República Dominicana sólo tres años mas tarde, así como la creciente profundización de su injerencia en Vietnam y en el Sudeste Asiático, hasta su desastrosa derrota, tienen una relación directa con la percepción de los estrategas norteamericanos de que Estados Unidos había sido el ganador de la peor prueba en su enfrentamiento con la Unión Soviética. 44 Nathan y Oliver, ob. cit., p. 238. 106